viernes, 9 de enero de 2009

No hay y probablemente no habrá ilusión, hay demasiados alfileres en la profundidad de mi pecho.
Cuando mas ansias el momento, mas...Y sin palabras. Más frustración, más dolor y más ganas de acabar, irse, despedir esto y desaparecer.Silencio, aquel con el que desnudamos sentimientos y damos a conocer quien somos, pues empuñamos buena máscara ante multitudes incontables.
Anhelo, y pueda hablar en plural. Anhelamos un mundo como el nuestro, anhelamos algo que se No hay y probablemente no habrá ilusión, son demasiados alfileres depositados en la asemeje, anhelamos..
Pierdo el rumbo del texto, pues anhelo sobre todo, desaparecer.
Incomprensible mundo.

jueves, 1 de enero de 2009

TIC TAC TIC TAC TIC TAC

A menudo me pregunto, que papel ejerzo en el mundo. El motivo fundamental por que estoy aquí. Odio hacerme esa absurda pregunta, pues es la que se suele hacer la mayoría de las personas, llegado cierto punto de su vida. Mucha gente con pareja confiesa que su misma, es la única razón por la que vivir. Estoy fascinado con aquellas personas que viven ¿felizmente?.. Sí, sin duda es abrumante. No me considero ni mucho menos filósofo, pero sé mi irrevocable futuro. Es apasionante todo lo que pueda a desarrollarse una mente y/o personalidad. Tardé en descubrir en que me convertiría, y también en el potencial sin usar. Todos y cada unos de esos..¿Cómo decirlo? No puedo hacerlo, yo mismo me doy miedo. ¡¿Por qué estoy aquí?! Sí, revindico que es una absurda pregunta formulada al aire. Mientras, usaré la palabra ``gente´´ disfruta, la ausencia me reconcome, desarrollando una faceta que siempre ha estado activa. ¿Qué hacer? Mejor no hacer nada y proseguir, esperando a que me convierta en lo contrario a mis principios.

martes, 30 de diciembre de 2008


Me siento enormemente orgulloso. Has sabido sacar algo de todo el interior. Si me pides mi opinión, confesaré a que día de hoy puedo ver la persona mas fuerte. Por que eres lo único que tengo.

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Provablemente muera pronto, eso es lo que debería hacer, pero la Nada reconcome hasta la última de mis entrañas. Solo me queda ignorar a los ignorantes, y amar a los que amo. Tengo muy claro mi futuro, apesar de que pronto sea antaño. EN SILENCIO SANGRO EXHALAS DE INCOMENSURABLES SENTIMIENTOS.
Me tenía que tapar la cara para protegerla de aquel aroma. No quería volver a olerla, era doloroso, abrasador y .. Otra vez no. ``Joder es una maldita droga´´ pensaba para mis adentros. Cada vez que esa fragancia rozaba mi rostro, mis dientes sollozaban, y mi corazón miraba con cautela mi irrevocable destino. Iba a hacerlo, iba a volver a sucumbir, pero no podía expresar llanto alguno. Pues menos podía desahogarme a mi manera(no más auto-sufrimiento). Cerré los ojos y mencioné las palabras mágicas. La flecha atravesó su `pecho.

martes, 9 de diciembre de 2008

COPOS OTOÑALES


JOE: No recuerdo muy bien si eran azulados copos, o resplandecientes rayos de sol.
En aquella vieja mecedora en la que había pasado la mayoría del tiempo, escuchando historias sombrías e intentando concentrarme todo lo posible en mis pacientes.
Hubiese quedado mejor haber escrito que era una blanca navidad, y la gran ventana por la que observaba los jardines estuviese envuelta en nieve ,como solía decir él. Pero ya han pasado unos catorce años, no recuerdo con exactitud si era invierno o verano, aunque sopesando posibilidades y recuerdos apostaría por una verde capa de hojas, que teñía el exterior de color otoño, y que sabía a vacío.
-Doctor, ¿entonces cree que debería plantearme alejarme de ella una temporada?
Lo cierto era que el señor Grant tenía un único e irreversible problema. Ya llevábamos siete visitas, y lo cierto es que en cada una de ellas poco había podido aportar mis treinta y cuatro años de experiencia.
Su problema lo consideraba el más delicado de todos los posibles, lo conocía a la perfección, se podría decir que era mi especialidad. A pesar de que detestara hablar sobre ello, todo me traía imperdonables recuerdos, que solo servían para hacer arder mi ya exhausto corazón.
Un impresionante dolor de cabeza me reconcomía, me esforzaba muchísimo por atender a todos y cada uno de los pensamientos en voz alta del señor Grant, pero era incapaz.
-Perdona Bill, pero no me encuentro muy bien… ¿podríamos posponer la visita para mañana?-le repliqué.
-¿Eh? Ah claro, claro, sin ningún problema doctor. Pero por favor piense lo de Phoenix. –contestó mientras se levantaba del sillón de piel negro.
-A la misma hora entonces.
-Por supuesto, gracias una vez más.
-No hay de que Bill.
Le abrí la puerta de la consulta y le acompañé hasta el vestíbulo. Una vez le tendí la mano y salió de la estancia me dirigí hacia la cafetería.
Era un edificio poco convencional, más bien parecía un psiquiátrico, a pesar de que su idea original fue la de cuatro simples consultas en una planta baja.
Luego llegó una empresa y nos pagó a los propietarios una millonada por el lugar, y aparte no se como, consiguió comprar el edificio entero. Y lo transformó en el primero, de una cadena por toda América de consultas con gimnasio, cafetería y enormes salas de proyección y demás.
Reinaba un color blanco grisáceo en todo el lugar. Me incomodaba ese tono, parecía un hospital psiquiátrico como antes ya mencioné.
Me senté en la mesa más alejada del mostrador, y cerré los ojos tan fuerte que noté el latido del corazón en ellos.
-Joe, ¿te pongo algo?
Conocía esa voz a la perfección, era Tom. El viejo camarero que incansablemente me servía vasos de agua. Hacía tiempo que había dejado el café. Me sentaba fatal.
-Lo de siempre amigo.-contesté hiperventilando, oprimido por la batalla que luchaban mis pulmones por respirar.
Dos cientos latidos después un vaso reposó en la mesa y un: mejórate, entró por mis oídos.
Una vez abrí los ojos saqué del bolsillo de la camisa una caja. Un par de sobres de ibuprofeno servirían para aliviar un poco la jaqueca.
Bebí el vaso lleno de medicamento y me apoyé en la mesa.
Un par de semanas sin dormir, más mis más temidos presentimientos, servían para hacer que estuviera hecho polvo.
Todo cuanto había intentado para olvidarla había sido en vano, pero bueno ahora solo necesitaba respirar algo de aire puro y escribir.
Saqué la libreta en la que tomaba nota de mis pacientes, que ahora estaba llena de poemas y reflexiones moralizadas.
Cogí un simple boli bic y ojeé las desgastadas hojas. Estaban llenas de sentimientos, mi tesoro más preciado.
Antes de psicólogo era escritor, concretamente un mediocre poeta enamorado de metáforas y versos de Fernando Pessoa.
Fracasaron todos mis intentos de publicar la novela que escribí con tan solo dieciséis años y eso me hizo perder la autoestima.
Como alternativa comencé la carrera de psicología y una vez finalizada, escribía por necesidad de soledad.
En aquel sitio estaba rodeado de gente, absurda y monótona gente que agobiaba y que miraba con los ojos.
Para la multitud era un viejo rechoncho, que andaba con un bastón. Y para otros era el doctor Joe Gerard Spencer, un frustrado psicólogo.
-Perdona Joe, ¿te puedo pedir una cosa?
No me había percatado que uno de mis compañeros se situaba ahora sentado enfrente de mí.
-Dime Ben.
-Verás…a las once viene un grupo de alumnos para ver un documental sobre las endorfinas en la séptima planta. ¿Puedes recibirlos y llevarlos a la sala de proyección?
-¿Endorfinas? ¿Es toda esa tomadura de pelo del amor químico?-pregunté sabiendo mi respuesta.
-Sí, solo te pido que vayas y los lleves arriba, es que lo iba a hacer yo, pero le ha sucedido un contratiempo a mi mujer, ya sabes…todo ese follón de las revisiones médicas.
-Claro, tranquilo yo me encargo. Pero no entiendo porque les ponéis esa farsa a los chavales.
-Eso es cuestión de Claire y del colegio, bueno Joe me voy que llego tarde.
-Vale, cuídate. –me despedí.
-¡Acuérdate, a las once!
-Sí tranquilo.
Una vez que se fue, salí al jardín y me puse a escribir para matar el tiempo.






PETER: Aquel era uno de esos tediosos días.
-Hasta luego Peter.- repuso mamá.
Como de costumbre yo estaba en mi particular mundo, en el que reinaba la absurdidad.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete meses igual. Lo cierto es que la situación me cansaba.
Cerré la puerta del coche sin darme cuenta de la cara de mi madre y me dirigí a cruzar la calle y recorrer los pocos metros que quedaban hasta el instituto.
Encendí el mp4 y seguí caminando con la mochila a cuestas, pues era un hecho cotidiano que me agradaba, a pesar de su absurdidad. Pero como dije, la absurdidad es lo mío.
Antes de girar la cera cerré los ojos y solo me hicieron falta un par de segundos para ceñirme la máscara que tanto odiaba llevar.
Aquella que me obligaba a sonreír con todos y reírle las gracias al subnormal de clase. No podía entender como la gente seguía sin darse cuenta de lo que era la vida, y de lo que saberlo conllevaba. Pero no les culpaba, una pandilla de ignorantes definí aquel día.
Me encantaba la soledad, aquellos momentos melancólicos que me permitían expresarme con claridad al lado de papel y boli.
Pero por desgracia cada segundo que pasaba entre toda esa gente era un infierno. Aunque pensándolo mejor me gustaba, lo último que deseaba era convertirme en uno de ellos, aquellos que viven de discotecas, modas o su último móvil.
Yo prefería vivir libre, con un libro y mis sentimientos. Ya se que suena raro, pero nunca he mencionado que no me diera cuenta de las cosas.
Dando unos pasos más, ya comenzaron a acosarme con esas estúpidas palabras que no soportaba, siempre que había excursión lo mismo:
-¡¿Peter, buah que emoción, sabes a dónde nos van a llevar?!- exclamó Christian.
-Ni idea.- respondí mientras me apoyaba en la pared, esperando que abrieran ya el instituto.
El profesor Silverman lo había dicho claramente: iremos a ver un documental sobre las hormonas. Y ellos se tenían que empeñar en hacerte esa absurda pregunta
ABSURDA, ABSURDA, ABSURDA. Todo se reducía a esa palabra.
-Perdona Peter, ¿me puedes decir la hora?- Christian era incasable.
-No llevo reloj Chris.
-Ah, vaya, que raro que vinieras hoy tan pronto.- comentó.
Aprovechando que uno de mis profesores favoritos aparecía por la esquina, me lancé decidido a escapar a ese tortuoso interrogatorio.
-Perdona.- me apresuré. Y salí casi a la carrera.
En unas zancadas estaba ya delante del profesor, ni siquiera me planteé que le iba a decir, aunque llevaba tiempo queriendo comentarle una cosa.
-Buenos días Peter.- sonrió con alegría.
-Buenos días señor Carrick. Verá… es que llevo unos días pensando la posibilidad que me comentó de pasar unas horas con los niños indiscapacitados de la residencia Maiben.
-¿Enserio? Pero eso es fantástico chico, ya creía que nadie se iba a presentar.
-Pues me encantaría hacerlo.- comenté algo sonrojado y aliviado de saber que me esperaba una larga conversación.
El señor Carrick era mi profesor de ética, y se enrollaba como el que más, pero era muy simpático y siempre derrochaba felicidad.
La conversación se zanjó cuando nos dimos cuenta que habían abierto el colegio. Nos despedimos con un efusivo saludo y él se me adelanto por miedo a recibir una bronca del director.
Bueno, haber escapado cinco minutos de la odiada simpatía de aquellos que me llamaman amigo me había costado un viaje a Jacksonville para jugar con niños.
Mirándolo bien, seguro que me comprendían mejor que mis compañeros.
Entonces unos labios impactaron en mi mejilla en un cálido beso.
-¡Cariño!
Hasta el último de los pelos de mi cuerpo se erizó y comencé a hiperventilar. El dolor en el corazón comenzó a remitir y se vio apurado por su encantadora voz.
-¿Peter, estas bien? – replicó.
-Sí, tranquila cielo, no es nada.
-Vale, nos vemos luego. – y otro beso provocó un bombeo desmesurado.
¿Por qué? Ya había pasado casi un año desde que me enamoré de ella, cuatro meses del primer beso y ocho semanas desde que le prometí que la vería como una amiga.
Y su persistente cariño brillaba en mi cabeza y no me permitía olvidarla, a pesar de que a ella no le gustaba usar esa palabra.
Ya la olvidarás me repetía a mi mismo. Pero el tiempo seguía pasando. Y todo aquello me sirvió para darme cuenta de cómo era la vida, ya que cuando me obligué a desenamorarme, perdí mi motor.
Mi enfermedad no había cesado del todo, pero aún me dejaba secuelas, y más cuando ella me trataba así de bien.
Quizás debería de mencionar por que pactamos que la vería como una amiga y por que ya nunca más nos besamos. (Demasiados hechos relacionados con rejas)
A todo esto ella era la única que me entendía, ella y mi profesor favorito, Paul, al que consideraba un amigo más que un profesor.
Entré en el colegio con prisas y me sumergí en mi particular burbuja mientras explicaban como deberíamos cruzar los semáforos. ¿Primitivo verdad?
Pero mi clase era así, deberíais de haberla conocido.
Para disimular me reí de unas chorradas y fingí tomar apuntes un momento.
A pesar de que todos sabemos que en el colegio pocas veces anotamos algo.
Luego todos salieron de clase corriendo, precipitándose a la puerta, como si esta les proporcionara sustento o alguna especie de droga.
Se acercó Sarah, una de las mejores amigas que se pueda tener, en un caso similar al mío, siempre muy inteligente y madura.
-Buuf, no tengo ningunas ganas de ir.
-Lo sé, ni yo.- comenté mientras andábamos a paso lento.
-¿Cómo estás?
-Pues lo cierto es que a rachas, ya me conoces.-dije.
-Ya, yo me siento igual con Anthony, tranquilo, no eres el único.
Nunca había sido el más popular, pero siempre había destacado por algo que aún a día de hoy desconozco, pero según comentaba Sarah, la gente estaba asustada de mi comportamiento.
-Ya sabes lo que pienso al respecto, no puedo cambiar.- le espeté.
-Lo sé, pero intenta sonreír y reírte de vez en cuando por motivos de verdad, y no para disimular.
No podía discutir con Sarah, siempre ganaba.
-Está bien, pero a cambio de que tú también lo hagas.
-Trato hecho.- respondió con una alegría extraña en su cara.
Seguimos andando hasta que salimos del instituto, y luego mantuvimos una fluida conversación hasta el lugar al que debíamos llegar.
La entrada estaba llena de verde, preciosos árboles otoñales y una gama de marrones que contrastaban con el blanco del enorme edificio.
En un banco de la entrada se hallaba el que tiempo después se convertiría en… perdonad por no saber elegir las palabras, pero es que el dolor me invade y las lagrimas corren por su cuenta, estaría orgulloso de esto.
Si disculpáis mi falta de concentración proseguiré:
Allí es donde lo vi por primera vez, lucía una camisa color crema y unos pantalones marrón claro, en él se notaba que le sobraban unos kilitos, aunque se levantó de un movimiento ágil y guardó un cuaderno en el bolsillo de la camisa.
-Buenos días, usted debe de ser el señor Silverman.- dijo con una voz clara y amable, mientras le tendía la mano a mi profesor de biología.
-Correcto, y usted… ¿Ben Marshall?
-No, haha, mi compañero ha tenido que ausentarse por motivos personales. Yo soy Joe.
-Ah, perdone, bueno encantado.- dijo torpemente el señor Silverman.
-¿es usted doctor?-preguntó cachondeándose de el psicólogo, Mike, el payaso de clase.-¿ Y cura a locos?
-Oh, yo no…-no acabó la frase.
-Oh doctor Spencer, discúlpele, ya sabe como son estos críos.-exclamó con disciplina mi profesor.
-Tranquilo, estoy acostumbrado. Por favor si me siguen todos…-repuso y echó a andar por el recinto.
Me parecía muy poco común aquel sitio para ver un documental, tenía toda la pinta de hospital psiquiátrico.
Subimos unas escaleras y finalmente llegamos a la sala, que al parecer estaba insonorizada.
Durante el trayecto Mike no paró de acribillar a preguntas al pobre doctor.
-Ahora si me disculpan, tengo unas cosas que hacer.- comentó Joe.
-Claro, muchas gracias por todo.- se despidió el señor Silverman.
Luego su mirada se quedó clavada en la mía mientras bajaba por las escaleras.
Más tarde entré para ver la mayor absurdidad del mundo.




JOE:

domingo, 7 de diciembre de 2008


No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es una ambicion mia, es mi manera de estar solo. Fernando Pessoa.